domingo, 28 de abril de 2013

Un fin de semana de encierro en el colegio para protestar contra los recortes y la LOMCE


Es fin de semana pero en el colegio San Cristóbal, en el barrio madrileño de Chamberí, las voces de los niños que juegan en el patio causan el alboroto propio de la hora del recreo en un día lectivo cualquiera. Los alumnos juegan a la pelota, a la comba, suben a los columpios o recorren la pequeña pista de baloncesto con sus patines.

No permanecen en su cole por un ataque de estudio obsesivo. Se encuentran en pleno encierro en protesta contra los recortes y la reforma educativa del Gobierno. Dispersos por el patio, padres y profesores charlan animadamente o juegan con los pequeños, que han pasado las dos noches en el centro como si estuvieran de campamento. “Me daba pena que mi hijo durmiese aquí las dos noches, así que al segundo día lo mandé con su abuela. Ha sido un drama, se ha ido llorando”, cuenta Ara García, maestra de infantil.

A lo largo de las casi tres jornadas de encierro, padres y profesores del distrito de Chamberí han realizado reuniones, talleres y debates. Y sienten que han repuesto el ánimo de cara a las próximas movilizaciones. “De estas jornadas me llevo mucha energía. Cuando voy a una manifestación de la marea verde a veces vuelvo a casa con el ánimo un poco bajo, porque hay momentos de tensión y no ves demasiada utilidad. Pero esto ha sido todo lo contrario, de aquí podría haber salido una reforma educativa mil veces más justa que la que quiere imponer el Gobierno”, asegura Sebastian Bettosini, profesor de secundaria, mientras sus dos hijos juegan en el patio.

Este trabajador de la pública destaca que el encierro ha servido de punto de encuentro de padres, maestros y profesores de todos los niveles educativos. “El objetivo ha sido llamar la atención pero también sentarnos todos en la misma mesa para hablar. Estos días hemos discutido mucho, pero hasta eso ha sido muy bonito, porque hemos llegado a muchos puntos de encuentro”, añade.

“Ves cosas invisibles”

Unas 35 personas, niños y adultos han pasado las noches en este centro. Para los primeros, dormir en el cole es una aventura. En la segunda planta, se amontonan cubriendo el suelo las mantas, colchonetas, camas infantiles y sacos de dormir.

El colegio San Cristóbal, con una alta tasa de alumnos inmigrantes, es también un nido de experimentos nacidos a raíz de los recortes. Cada familia aporta una cantidad para tratar de asegurar el material escolar a los que no pueden permitírselo, y hace poco han institucionalizado un pequeño banco de alimentos, ahora que las becas de comedor han desaparecido. En la última planta, alumnos y maestros han trabajado un huerto que ya comienza a dar sus frutos.



Además, estas jornadas han traído nuevas sorpresas. Durante una reunión con representantes de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), una madre se ha decidido a romper su silencio: la desahucian la semana que viene. “Este tipo de iniciativas te ayuda a entender mejor tu barrio, ves cosas que no veías, cosas invisibles, como el caso de esta familia, que ahora cuenta con nuestro apoyo”, afirma Bettosini.

“Mi hijo no es un instrumento”

El profesor cree que el “discurso oficial de que los recortes son necesarios” se desmorona. “Cuando se analizan en conjunto las medias que está tomando el Gobierno, se ve claramente que están avanzando hacia un modelo totalmente diferente. Con los recortes todo el sistema hace aguas. Éste es un buen barrio, de clase media, no me quiero imaginar las dificultades por las que estarán pasando en otras zonas”, lamenta.

Marga Sainz, profesora de instituto, es de la misma opinión. “Mi hijo no es un instrumento, es un fin en sí mismo”, clama, y le apunta mientras juega con otros niños: “A ellos los quieren segregar ya desde pequeños, con las reválidas, mediante un modelo que los clasifica según criterios de rentabilidad, es algo monstruoso”.

En el interior del edificio, en una sala habilitada para que los niños realicen trabajos manuales, las mesas rebosan papeles recortados, dibujos o auténticos garabatos irreconocibles de mil colores y figuras de plastilina. Algunos niños prefieren permanecer allí, en un ambiente más tranquilo. Sainz apunta que las AMPA están cubriendo las necesidades de las familias. “El Estado no es capaz de garantizar libros y comida para todos”. Por eso se preparan para, en un mayo cargado de movilizaciones, defender la escuela pública de calidad.

Eduardo Muriel en LaMarea.com

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